dissabte, 29 de març del 2008

Tratado de amnistía

Vivía la mente libre en los páramos de la ilusión, imaginando el mundo, y creyéndose constructora de sus sueños: lo era. Vivía la mente, libre e inocente, como si fuese eterna (lo era) y reía y volaba, y creaba. Cruzaba la mente los caminos, más allá de mares, la mente se expandía entre voces, navegaba por las sombras, parecía fugitiva, prófuga de la noche, incansable soñadora. Poco a poco, la mente se convirtió en refugiada, se escondió y fue capturada por los hombres. Éstos, comenzaron a usarla, para convertir las montañas en campos para plantar, luego en fábricas, más tarde en carreteras, en basura, en humo, en vómito, en desolados paisajes, de casas grises donde las flores estaban exiliadas. La mente se encontraba presa, la cabeza del hombre parecía la cárcel, los límites de la eternidad, como si las leyendas se resolviesen con fórmulas de química o economía. La mente, presa de si misma. Llegó un dia, en que a la mente le surgió una compañera, nació de dos amantes y los hombres la llamaban imaginación. Imaginación nació libre, se escapaba de entre los barrotes de la mente, de la cabeza del hombre, se esparcía y contagiaba a quien tocase…se movía, volaba…como hacía la mente al principio. La imaginación se transformó en mil formas, colores, besos, sonidos, árboles. Pero fue, cuando en forma de adolescente, la imaginación se transformó en rebeldía y fue entonces, cuando el contagio se tornó tan y tan grande, que el hombre sin más remedio concedió a la mente el tratado de amnistía.